La celebración de la Pascua nos aporta la posibilidad de una contemplación de las apariciones del Señor resucitado. De hecho, los evangelios de algunos domingos pascuales nos las narran. Hay, sin embargo, una aparición no recogida por los textos bíblicos, pero que la tradición de la Iglesia ha tenido en cuenta desde muy antiguo: la aparición del Resucitado a María Santísima, que permaneció fiel y en pie junto a la Cruz, y que esperó contra toda esperanza en el primer sábado santo de la historia.
Primero la liturgia, y después la piedad popular, parecen que hubieran tenido una intuición. En la liturgia, al menos desde el siglo XII, encontramos la antífona Regina Coeli: “Reina del cielo, alégrate, aleluya. Porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya. Ha resucitado según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya. Goza y alégrate Virgen María, aleluya. Porque en verdad ha resucitado el Señor, aleluya”. Y la piedad popular reafirma esta devoción mariana pascual con las diversas fiestas que dedica a María durante este tiempo litúrgico. En nuestra Diócesis de Huelva hay varias manifestaciones que abarcan desde el mismo Domingo de Resurrección hasta Pentecostés.
La experiencia pascual de los primeros discípulos, en torno a María, en oración en el cenáculo, es el mejor referente de esta piadosa costumbre mariana que recorre nuestra geografía diocesana de norte a sur y de este a oeste. La exultación pascual se traduce en esta búsqueda de María para alegrarse con Ella, para orar con Ella, para esperar con la Madre el don del Espíritu Santo.
El Almendro y Villanueva de los Castillejos con su Virgen de Piedras Albas inician esas celebraciones pascuales y marianas en el Prado de Osma. La Puebla de Guzmán y todo el Andévalo se dan cita en la Peña del Águila para venerar a la Virgen de la Peña. Villablanca con su Virgen de la Blanca y Sanlúcar de Guadiana con su Virgen de la Rábida. Danzas, gaitas y tamboriles marcan tradiciones tan hermosas. Y la Virgen de Coronada viene a Calañas y vuelve a su santuario junto al río Odiel. En la Sierra, con su Lunes de Albillo en Cumbres Mayores, para alegrarse con la Virgen de la Esperanza, o en Encinasola, a la que traen a su Virgen de Flores, y la Virgen de Tórtola en Hinojales son otras citas marianas pascuales, en las que las danzas ancestrales expresan el gozo y la alegría. Más tarde, pero todavía en Pascua, la Costa se viste de fiesta en Lepe, para llevar al Terrón a la Virgen de la Bella. Y en Moguer suben al monte de Tamar para venerar a la Virgen de Montemayor. Niebla, por su parte, peregrina junto al arroyo del Lavapiés para honrar a la Virgen del Pino. Y Pentecostés, poniendo como un broche a este ciclo pascual, da la oportunidad del matiz mariano de esta gran fiesta de la Iglesia en Higuera de la Sierra con su Virgen del Prado, o en El Rocío con la universal romería en honor de la Virgen del Rocío. Un rosario de nombres para llamar a María y felicitarla por la Pascua: Piedras Albas, Peña, Rábida, Coronada, Esperanza, Flores, Tórtola, Bella, Montemayor, Pino, Prado, Rocío.
Este año será todo muy distinto, porque estas fiestas marianas no podrán tener la expresión pública, externa, gozosa y comunitaria de otros años. Pero los corazones de tantas personas han “volado” y “vuelan” hacia esos bellísimos santuarios, donde se veneran las benditas imágenes de María, para pedirle protección, para suplicarle en estos duros momentos de pandemia. No han hecho otra cosa que sus antepasados, que en circunstancias similares acudieron a la que es nuestra Madre, para pedirle que, -así nos lo recuerda el Papa en su oración a la Virgen en esta epidemia de coronavirus-, como hizo un día en Caná, interceda por nosotros, “para que vuelva la alegría y la fiesta”. Esa alegría y fiesta que nacen de la Resurrección de Cristo, nuestra esperanza y nuestro consuelo. Ni la muerte, ni la vida con sus pesares, nada podrá con la fuerza que nos comunica Aquel que, -también hoy ante tanta muerte y desolación-, nos dice: la Paz con vosotros.
Juan de Robles
La pascua mariana de la diócesis
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